Cuando lo pequeño es Muy Grande

Cuando lo pequeño es Muy Grande (y no lo podemos ver)

Hace poco leí un inteligente juego de palabras. Decía que las buenas personas están hechas de “acero inolvidable”, en una simpática comparación con el acero inoxidable.¿Y quiénes son esas personas compuestas de tan noble e inolvidable material? Son esas personas que al abrazarte recomponen tus partes rotas. Con las que has recorrido la vida de manera verdadera, con errores, con aciertos…donde cada error es una escuela y cada acierto el diploma que demuestra que has aprendido. Pero aprendido por las buenas.Ahora bien: hay algo fundamental, y es que las buenas personas, son las que te dan motivos todos los días y cada uno de ellos, por los que merece la vida esforzarse y ser feliz. Las que a pesar de todo y contra todo, te muestran que el mundo es un lugar maravilloso en el que vivir, incluso cuando lo ves todo oscuro.


Pero…¿Acaso el arte de la bondad no parece ser un bien escaso?

Tal vez esté más presente que nunca, pero los seres humanos muchas veces nos obstinamos en no quitar el velo del ego que nos impide ver cuánta bondad hay y cuán fácil es hacernos de ella para nuestro beneficio. Y además se nos hace difícil ver la bondad en el otro, porque preferimos la rápida deformación basada principalmente en el miedo, que hace que todo dependa del cristal desde el que se mire. Depende, como digo, de cuánto nos dejemos abrazar por el miedo y cuánto permitamos que la ansiedad, nos impida analizar la profundidad de lo que realmente vale.

Y aquí aparece la paciencia, en contraposición a la ansiedad, la virtud que enmarca la capacidad de dar libertad y por sobre toda las cosas: margen de error a las personas que tenemos enfrente. “Sin perdón no hay futuro”, nos dice Desmond Tutu. El perdón es la base y simiente de toda construcción perdurable. La paciencia es un trabajo incesante. Y la paciencia abona al perdón, lo alimenta y le da sentido.

Entonces, ser buenas personas, es una de las mayores cualidades que podemos alcanzar. Pero más aún: dejarnos alcanzar y conmover por las buenas personas, aún en sus errores, es el acto más amable y compasivo hacia nosotros mismos que podamos llevar adelante. Dejarse “abrazar” por la bondad y los mensajeros que pone la vida para hacernos de ella, nos hará dar con personas inolvidables e incomparables. A veces la obstinación y la premura nos hace rodearnos de todo lo contrario o simplemente dejar que las personas de “acero inolvidable” pasen de largo y las perdamos por solo mirar la punta de nuestra nariz ofendida.

Y aquí nuevamente me surgen las palabras y la acción de uno de los líderes que admiro mas: Nelson Mandela. El hizo del perdón, a pesar del sufrimiento, la principal herramienta de la reconstrucción. “El perdón es el principal elemento para alcanzar el amor”, nos enseña.

Pero qué difícil es perdonar y qué fácil es agobiarnos, inconscientemente, del rencor y el resentimiento, madres hirientes del dolor. Si simplemente, supiéramos que hay en el otro las mismas potencialidades de errar que hay en nosotros mismo, dejaríamos de considerarlo un extraño radical o un monstruo y le daríamos la posibilidad de cambiar. Por ende es tan importante la comprensión del otro, como la comprensión de nosotros mismos, para poder concebir la regeneración no sólo del agresor sino del agredido, ya que esos roles se intercambiaran, si ya no lo hicieron, en algún momento de sus vidas.

El perdón, para los que tenemos una visión holística o integrada de cuerpo-mente-alma, podemos verlo como una onda de energía que pertenece a la dimensión espiritual, “al campo unificado de las cosas”. Al super-campo. A la dimensión de donde emerge toda la creación. Parecería entonces más simple, conectar con la baja frecuencia del rencor, del enganche permanente a las ideas parasitarias y dejarlas crecer sin motivo alguno más que el miedo.

Perdonar muchas veces es confundido con “olvidar”. Y en realidad es la posibilidad de “redimensionar” todo lo vivido (o sufrido), de manera que actúe como experiencia, como lección de vida. Indudablemente pertenece a un nuevo despertar de la conciencia. El que perdona, descubre verdaderamente la grandeza de su ser. Finalmente el perdón, es una apuesta ética de inconmensurable valor, ya que apuesta a la regeneración.

Volviendo a esas personas buenas: Para ellas provocar daño es particularmente doloroso,  especialmente porque en su ideal de mundo justo eso no debiera pasar. Pero también es cierto, que una buena parte de esas buenas personas lo son precisamente a raíz de esos golpes, que muchas veces le han inferido, quienes más deberían haberlas cuidado.Es en los pequeños detalles, en esos que moldean a las personas en acero inolvidable, donde reside su grandeza y los convierte en personas únicas y excepcionales.

Las buenas personas no son personas que no le temen a nada o que jamás cometen errores, pero si las que siempre tienen una palabra de aliento para ofrecerte, una mano para tenderte o un buen pensamiento para compartir. Son estos pequeños detalles los que marcan la diferencia.

Aun así, tal vez  prefieras juzgar, dejarte abrazar por el miedo o abandonarte al pensamiento negativo, cambiando cada pequeño detalle entregado por la bondad a lo largo del tiempo, esos detalles minúsculos en apariencia pero que constituyen algo enorme, por la desesperada huida ante lo espectacular y aterrador de un instante irreflexivo. La respuesta parecería obvia. Pero lo que hacemos habitualmente es derribar toda una construcción hermosísima y valiosa, por quedarnos apegados a una idea destructiva.

Rodéate de las buenas personas. De sus acciones simples y cotidianas. De su capacidad para admitir el error y enmendarlo. Ellas te mostrarán el valor de vivir y compartir, y difícilmente se acobarden por todos los sinsentidos de la sociedad. Son quienes te proveen de un freno en el momento justo, cuando parece que tu vida se desliza cuesta abajo a una velocidad imposible de detener, llevándote más que con seguridad a estrellarte.

Seres sensibles, que no solo sienten y piensan por ellos sino por quienes los rodean. Capaces de dar su amor de manera apasionada, empatizar, lidiar incluso, con las más turbulentas emociones ajenas. En cada pequeño acto, se hacen grandes y bellas.

Cuando la bondad esté cerca tuyo, no creas que te va a invadir una alegría infinita o contagiosa. Sino la sensación de poder observar cómo funciona el mundo, y comprenderlo un poco mejor. La bondad, en la presencia del otro, te mostrará el camino a escuchar, entender y esperar. Algo que seguramente no vienes haciendo, como la mayoría de las personas, muy bien que digamos.

En un mundo en el que nos empeñamos en acelerar y acelerar para llegar antes de tiempo, en el que obstinadamente tomamos decisiones erróneas por el solo hecho de complacer nuestro ego, en el que podemos hacer sufrir al más bueno pero tal vez alojemos por años a quien nos hace sufrir…

¿De qué nos sirve tanto vértigo, tanta velocidad…si llegamos tan agotados a nuestro destino que finalmente nos olvidamos de que lo pequeño nos hace grandes?

(C) Fernando Far

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